
Un combate se libra en las alturas. Seres alados, blancos unos; negrísimos los otros. Podría pensarse en una lucha entre la luz y las tinieblas. Pero no. Ambos bandos abrevan de ambos extremos. Son ambiguos y ambivalentes, en fin: naturales y silvestres. Ambos son plagas: ratas con alas dirán algunos. Los he visto espiarse, con recelo y con rencor, huir y esconderse. Persistir en el territorio conquistado. Llorar la derrota. Son invasores. Primero las palomas tomaron por asalto los aleros de mi casa. En recovecos inalcanzables, construyeron nidos y fortalezas. Allí vieron la luz pichones hambrientos que luego partieron para no volver. Allí pasaron las temporadas de lluvias, cubrieron las ventanas de plumas y de heces, su amor ruidoso llenó de insomnio numerosas noches eternas. Y entonces, el árbol que alguien plantó hace mucho tiempo en el jardín que da sobre la vereda creció, y sus ramas se extendieron hacia las alturas. Hasta allí llegó una mañana la bandada de talingos fugitivos. Banda al fin, se tomaron el árbol sin pedir permiso, se adueñaron de cada rama y no permitieron más intrusión ni tan siquiera acercamientos. Desde esa base de avanzada divisaron al enemigo: las palomas blancas, o manchadas. Estas no se dejaron intimidar. Practicaron hasta la saciedad la retirada estratégica, evadieron los lances agresivos de las aves negras pero persistieron una y otra vez en su necio propósito de dominar la techumbre de mi casa. Sobrevivientes de balinazos, escobazos, piedras, agua, reinaron hasta la llegada de los talingos, que no cesaron entonces de perseguirlas, atacarlas, amedrentarlas, de todas las formas posibles. Una vez, un vecino tuvo la temeraria idea de soltar a tres gavilanes en la vecindad. Cundió el terror, no solo entre las aves sino entre los demás vecinos. En cuestión de horas, las rapaces dieron cuenta de talingos, palomas, colibrís y pechiamarillos. Los sobrevivientes huyeron en desbandada hasta la colina cercana, donde esperaron varios días hasta que concluyera la amenaza. Finalmente alguien logró atajar a los gavilanes. Desde entonces, las batallas entre talingos y palomas se ha reanudado, pero ya nadie les presta atención. Ya son parte del paisaje.