Nadie quiere ceder el paso.
Pedro (es el nombre que entendí que me dijo) me recoge en su taxi en una esquina de la vía Cincuentenario. Un enorme camión articulado, que trata de girar, ha trancado la avenida. Todos los automóviles están represados. Algunos conductores tratan de pasar como pueden. Un auto, salido de la nada se nos acerca peligrosamente por atras. El chofer suena su bocina y nos rebasa, temerario. "¿A este que le dio?" dice Pedro, que no lo puede creer. Luego, en el semáforo una señora se atraviesa. No cede el paso y no se decide a cruzar. Nos lanza una mirada de reprobación. "¿Viste? ese es el problema. Nadie quiere ceder. Por eso ocurren los accidentes", dice Pedro, meneando la cabeza.
Pedro maneja un taxi para "redondear". Su verdadero trabajo es como chofer de ambulancias en una policlínica del Seguro Social. "No nos pagan horas extras. Nos dan tiempo por tiempo, pero cuando lo queremos tomar nos dicen: 'no se puede". Durante la crisis de la gripe A (H1N1) dice que tuvo que trabajar turnos de 12 y 14 horas.
"Por eso -dice- hoy voy a llegar tarde. Si me dicen algo, les recuerdo que me deben un pocotón de horas".
Pero de lo que más se queja es de la indolencia de los conductores, de la gente que maneja. "Ni con la sirena quieren dar paso. Lo otro son los vivos que se te pegan cuando se despeja la vía, aunque esos no son tan graves".
Pedro me cuenta una historia que parece mentira:
"Me llamaron por el radio. Había una persona que necesitaba atención urgente. Había que llegar rápido. No estaba muy lejos, pero la ambulancia no tenía casi gasolina. " con esto no llego", pensé. Me metí en una bomba. Había una fila enorme para tomar gasolina. Había una señora en un carro blanco adelante de mí. Le dije 'por favor, señora, tengo que ir a buscar una persona que está grave, ¿me podría ceder su espacio, por favor?. La señora, me miró de reojo y me dijo: "espere su turno". Los minutos pasaban. Le pedí a otro señor de la fila contigua si me podía dar chance. Se hizo a un lado y me dejó pasar. Llené el tanque y salí a toda velocidad. Había tranque. Prendí la sirena, puse las luces, y ni así abrían espacio los carros. Como pude, logré llegar al lugar del accidente. Era un muchacho. Estaba herido. Lo llevé hasta el hospital. Mientras lo bajaban de la ambulancia y los paramédicos lo acomodaban para que pudiera recibir atención, una mujer, asustada, lo esperaba, llorando. Ella se sorprendió al verme. Yo también. Era la mujer que no me había querido ceder el turno en la gasolinera. El muchacho era su hijo".