La cuenta regresiva para ingresar al reino de los locos avanza inexorablemente. Faltan días para que se inaugure el quinquenio del señor Martinelli y su corte demente. Hastiados y cansados de lo mismo, del bipartidismo gastado en torno a dos difuntos cada vez más lejanos y grises, la gente le apostó a la locura. Hemos reemplazado la polarización por la bipolridad. La razón se había mostrado ineficaz, así que podíamos prescindir de ella y librarnos al arbitrio de quienes invocan a la luna y le aullan. Para allá vamos. Y las señales son preocupantes. Los nombramientos ministeriales son un misterio, solo explicable fuera de los cauces trillados de la lógica: una ginecóloga que luchará contra el contrabando, un buen muchacho, artista de la lágrima televisiva y los motores rugientes, sin un título al mando de un ministerio social; un gerente y financista aficionado al aire libre como responsable de la ANAM, un publicista ganchoso como Ministro de Gobierno, una periodista opinadora como Ministra de Educación. Otro ministro quiere cazar comunistas hasta debajo de la cama. Y su jefe de policía parece una mezcla de Yul Brainer y Benito Musolini del trópico. Y así por el estilo. Todavía no han hecho nada. Solo hablar, sin mucha sustancia, solo ideas muy gaseosas, muy propias del reino del ensueño. O del delirio. Pero van a hacer cosas. Se les ve en la mirada alucinada. Erasmo de Rotterdam también estaría asustado.
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