miércoles, 7 de abril de 2010

Encantadores de serpientes

No nos llamemos a engaño. Las serpientes muerden. 'Pican', como solemos decir en lenguaje popular. Vivimos rodeados de serpientes. Aquellas a las cuales nuestro 'progreso' ha ido arrebatando su hábitat, palmo a palmo, y , desorientadas y confundidas, penetran en nuestras casas sembrando el terror, convirtiéndose en automáticas enemigas a las cuales hay que eliminar. Hay las otras. Aquellas que se mimetizan entre la gente, que hablan, se mueven, caminan y se ven como gente. Pero son serpientes, y no de las buenas, y no contienen lo mejor de la especie reptil, sino lo peor, la astucia del instinto animal, junto a la perversión de la mente humana. Ellas asechan, urden, conspiran, engañan, se agazapan, emboscan, reparten generosamente su veneno, y hacen víctimas entre inocentes e incautos que no tuvieron tiempo de reaccionar ante su ataque, que no lo previeron, hipnotizados por su mirada engañadora y dormecina. ¿Qué hacer entonces? ¿desatar una guerra? ¿repartir palos a diestra y siniestra? ¿venenos también acaso? ¿podremos los seres humanos sensatos, razonables y bien intencionados enfrentar a esa raza híbrida y letal que medra entre nosotros mismos, dentro incluso de nosotros mismos? Mejor cantemos. Mejor busquemos melodías dulzonas y ritmos acompasados, apliquémosles su propia medicina, que no veneno, sino esa hipnosis, ese trance inducido que las encanta (y les encanta) y las duerme y las hace dóciles. Hágamoslas inofensivas, que bailen a nuestro son. Seamos, en suma, encantadores de serpientes.

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