miércoles, 25 de marzo de 2009

Islas en la ciudad


Nadie las ve. Todo el mundo pasa a toda prisa por su lado. Incluso las atraviesan. Son la pausa en la agonía del cruce de una avenida. Un trozo de tierra salvadora. Pero están allí. Algunas son inhóspitas. Áridas y desiertas, parecen una comarca de la Antártida. Otras son hermosas. llenas de árboles, vegetación, aves. Vida. Casi parecerían parques, si su extensión no fuera tan breve y su función no fuera tan utilitaria. Pero si uno se lo propone, si uno tensa la realidad, si aplica la imaginación y se queda allí por un tiempo más que el necesario descubre sorprendido esa otra tierra, alternativa, paralela. Un mundo aislado en medio del ruido de la ciudad que ruge. Podría incluso quedarse a vivir allí. Debería haber más. Muchas más por todas partes. En una ciudad, no digamos ideal (sería pedir demasiado) pero al menos un poco más humana, con más espacio para la gente, con calles más amables, no estas invitaciones al suicidio colectivo que son las vías citadinas. Sería de agradecer. Las isletas son una provocación a salirse del cauce furioso de la urbe y habitar por un instante (o un siglo) otro mundo.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Alimentar a la sierpe


La miro. Ella me devuelve la mirada. La sostiene. Es insolente. Altanera. Exigente. Voraz. Lo sé. Tiene hambre y no tiene la menor vergüenza en exigir que la sacie. Silente. Sin palabras. He creído, algunas noches, escuchar un silbido quedo pero persistente, insidioso. Es ella. Sé que es ella que pide y pide sin siquiera la promesa de dar nada a cambio. Me reta y trata de amedrentarme con amenazas calculadas. Es inteligente, no hay duda. Pero también cruel. Me tiraniza. Quiere mi sumisión, mi allanamiento. ¿Cuanto tiempo podré resistirme? La sierpe quiere que la llene de historias nuevas, de ocurrencias ingeniosas, quiere que le cuente mis cosas (¡habrase visto!) y que encima las haga públicas. ¿Habrá para tanto? A veces lo dudo. Pero ella no cede. Un día terminará devorándome.