Alguien me pidió algo de ficción. Aquí hay un pequeño texto que andaba suelto por ahí.
La carne del amigo
'Hola muchacho', lo saludó el hombre alegremente, como solía hacer todas las mañanas cuando visitaba su celda. Colocó el plato de latón con la comida en el lugar de siempre. El saludo se quedó sin respuesta. El hombre ya estaba acostumbrado a esa aparente indiferencia mansa, a esa falta de cortesía muda y elemental. No sabía, no podía adivinar tampoco, lo que pasaba por la mente del otro en ese momento. 'Te traje tu comida', dijo el hombre como si fuera necesario reiterar lo que era obvio. Luego tomó la escoba para limpiar el lugar. Había dejado la puerta abierta. 'Tienes esto hecho una porquería' , le dijo el hombre sin esperar respuesta, pero entonces supo que el silencio le devolvía un sordo rencor ante el aparente reproche. En otra época el otro se habría abalanzado a devorar la magra ración, como un niño goloso. Pero esta vez ni siquiera se acercó. Algo había cambiado en él. ¿Estás enfermo?", le preguntó el hombre, extrañado por su quietud inusual y su mirada fría, mientras continuaba tratando de poner un poco de orden en aquel caos. La respuesta, silenciosa y repentina, la sintió en el calcañar. Una punzada aguda y la presión de una pinza implacable le derribaron. Luego los brazos, el vientre y la cabeza recibieron el castigo furioso. El hombre apenas tuvo tiempo de superar la sorpresa, de asimilar la incompresible enormidad de lo que ocurría. Por las heridas manaba la sangre y se le iba la vida mientras el jabalí, incontenible ya, se cebaba con su carne.
Aristides Cajar Páez
Marzo de 2008
Cerrado por inventario
Hace 16 años
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