viernes, 30 de enero de 2009

Desandar

No conozco su nombre. Pero sé que lo he visto antes. Muy sucio y descuidado, su negra piel aparecía opaca y cenicienta. Es alto y pese a que se adivinaba que llevaba tiempo sin comer, sus huesos aún se notaban fuertes. Él decidió hacer ese día algo que todos deseamos alguna vez. Cumplir un sueño infantil, curarnos de dolores, borrar las memorias desagradables. Cuando éramos pequeños nos dijeron que no. Que era imposible hacerlo. Que era una necedad. Ahora también se lo hemos dicho a nuestros hijos. Que no se puede. Que es absurdo. Que es un rasgo de inmadurez, una pataleta inútil para no aceptar los hechos. La mañana era luminosa y el sol invadía todos los espacios, se apoderaba de todas las superficies. Allí estaba él. Pasé a su lado en el carro, lentamente. La calle estaba congestionada. Los vehículos apenas se movían. Entonces vi el milagro. Lentamente, paso a paso, él, se iba despidiendo del porvenir y regresaba resuelto hacia el origen, descontaba en su andar inverso los minutos, se iba hundiendo en el tiempo ya transcurrido. Que los entendidos decidan si es locura o fábula. Yo sé lo que vi. Sobre el puente de Río Abajo el negro enorme sonreía: caminando hacia atrás había logrado regresar al pasado.

No hay comentarios: