
Las primeras historias que conté en mi vida no se referían a nada que existiera realmente. Eran puertas hacia otras dimensiones, búsquedas. Aunque la realidad no era horrible, no era, al menos para mí, a esa corta edad, ciertamente interesante. Tenía que existir algo en esta vida mejor de lo que había ante mis ojos. Si no, había que inventarlo. Así llené cientos de cuadernos con cuentos ilustrados, historias bizarras de dinosaurios, laboratorios secretos, planetas distantes o continentes desaparecidos habitados por civilizaciones fantásticas. Pronto las imágenes terminaron invadiendo todo, la impaciencia por contar se volvió gráfica. Luego la vida se encargó de equilibrar las cargas y la palabra, reconciliada con la realidad, al final venció. Pero no del todo. De tarde en tarde, con el lápiz, la pluma, la acuarela o con las sencillas utilerías de dibujo de la pc vuelve el deseo de pintar algo. Como estos dibujitos algo infantiles que ilustran algunos textos.
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